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El calor es sofocante, te golpea en la cara cuando abandonas las sombras de casas que sobreviven a la "calorina" con muros de piedra y el run-run de un ventilador. No hay nadie en unas calles sumidas en silencios de siestas, calles a las que solo se atreven algunos niños, que aprovechan el dormitar de sus mayores, para dar rienda suelta a su imaginación a través de sus juegos.
Todo me recuerda a cuando yo era niño pero ahora los niños son de color. Son hijos de los nuevos Quintanos: hombres y mujeres que se han incorporado a un mercado de trabajo que ya solo interesa a aquellos que, prácticamente, no tenían para comer en sus países de origen.