Pilar, la más fuerte de todos los hermanos, se casó con Manuel Costa, un chico de allí, también republicano, y quedó embarazada de su hija, Manolita. Avilio y su hermana Araceli iban a pasar los veranos al pueblo de sus tíos desde muy pequeños, y el resto de la familia -más de treinta en total acudía al completo cuando se hacía la matacía, pues los Rotellar Mata sacrificaban al menos dos cerdos en cada ocasión. Avilio era seis años menor que su primo, Manuel Rotellar, y cuando veraneaba en aquella casa de varias plantas de la familia del alcalde, se pasaba las horas muertas leyendo los tebeos y las novelas que Manolo coleccionaba por entregas.
El año en que empezó la guerra civil, el 36, él estaba allí. Quinto era un pueblo republicano. El 18 de julio llegaron cuatro falangistas en un camión a la plaza mayor, se bajaron con sus mosquetones y se dirigieron al casino, desde cuyas ventanas traseras comenzaron a disparar, matando a tres hombres del pueblo y tomándolo, obligando así a que la población entera se encerrara en sus casas.
El tío de Avilio, teniente alcalde de ideología republicana, se marchó a Zaragoza a refugiarse en casa de Elisa, su cuñada, y Avilio, su marido y carnicero de profesión. Vivían en la Plaza de las Tenerías, 2. Allí permaneció escondido unos días, pero Manuel, hombre de campo, no soportaba permanecer encerrado tanto tiempo y comenzó a salir de paseo temprano; un día de agosto, sobre las 6 de la mañana, se fue a visitar a su cuñado al Matadero de Zaragoza en Miguel Servet. Y no volvió a casa a comer.
Los compañeros de trabajo del matarife le alertaron sobre la detención de su cuñado aquella misma mañana en el Matadero y él se pasó el día indagando entre sus conocidos hasta descubrir su paradero, así se enteró de que le habían llevado a la cárcel de Predicadores -que posteriormente sería cárcel de mujeres- adonde acudió para que le dieran razón de él. Allí le contaron que a Manuel Rotellar, efectivamente, le habían detenido por la mañana y le habían puesto en libertad esa misma tarde, pero ante la insistencia de Avilio, que aseguraba que no había regresado a casa en todo el día, le mostraron un documento firmado por él en el que se afirmaba su puesta en libertad.
El cuñado sabía bien que aquello era una treta que se estaba utilizando en la contienda: a los presos les hacían firmar su libertad antes de “dar el paseo” (un eufemismo que se usaba cuando iban a ser fusilados) para no dejar pruebas; los cuerpos no solían aparecer luego. Así ocurrió con Manuel Rotellar: al día siguiente Avilio fue a buscarle por los alrededores, por las cunetas, por la tapia del cementerio, pero nunca encontró el cadáver. Se comenta que alguien del pueblo que había bajado al Matadero de Zaragoza le vio y le denunció, alguien que al parecer le debía dinero, pues Rotellar solía fiar a sus clientes de la panadería.
La mujer y los cuatro hijos, que se habían quedado en Quinto de Ebro, se fueron a Zaragoza a los pocos días, en un carro cargado con colchones y muebles. Inicialmente estuvieron un tiempo breve en casa de Avilio y Elisa, pero enseguida toda la familia se puso a trabajar y se establecieron en una casa en Licorera, 12 (barrio de San José), que actualmente ya no existe. Lo pasaron muy mal, se ganaba muy poco dinero y se trabajaba mucho. Manuel, con 13 años, y sus hermanas, entraron a trabajar en una fábrica de hilaturas, Casa Fina, gracias a su primo, que era el encargado e hijo de Felipe, hermano de Elisa y Carmen.
La mayor de los cuatro hermanos, Pilar, enviudaría al poco tiempo, embarazada aún de su hija: a su marido, el alguacil de Quinto de Ebro, le mandaron a filas, le tocó en San Gregorio, donde hubo una denuncia de su condición de “rojo” y desapareció, nunca se supo nada más; con los años averiguaron que había estado preso en Guadalajara y que le fusilaron al cabo de los meses, el 15 de noviembre del 36. Ya en la democracia, para atestiguar su condición de viudedad una vez jubilada con 65 años, Pilar lo tuvo muy difícil porque no se certificó nunca la muerte de su esposo. El padre de Avilio le ayudó en los años 80 a realizar los trámites necesarios para conseguirlo.
Manolita Costa Rotellar nació en 1936, sin padre, y quizá por eso fue criada con mucho esmero, como una señorita, con el inmenso cariño de su abuela y su tío Manuel, porque Pilar tenía que trabajar muy duro, era una mujer a la que no se le ponía nada por delante, muy emprendedora, y consiguió en poco tiempo alquilarse un piso para ella y su hija en Cantín y Gamboa.
Avilio, entre los 7 y los 12 años, pasaba dos o tres semanas de sus vacaciones escolares en la casa de la calle Licorera. Allí dedicaba las tardes a leer en la terraza, junto a su primo, cada uno absorto en sus asuntos, a tal punto que podían transcurrir muchas horas sin hablar entre ellos; no así por las noches en el cuarto que compartían para dormir, entonces Manolo le relataba las batallas de la II Guerra Mundial con todo lujo de detalles, como en una película bélica. Algo que le llamaba poderosamente la atención a Avilio niño era lo mucho que cuidaban y acicalaban su pelo las primas, y el propio Manuel, a quien le gustaba ir bien arreglado dentro de sus posibilidades; le recuerda como un hombre elegante y pulcro.
La que mantuvo mayor contacto con la familia Rotellar Mata fue Araceli, la hermana de Avilio ya que él se marchó a trabajar a París de 1957 a 1967-; veía con frecuencia a Carmen y a Manolo, que vivieron juntos hasta la muerte de éste, en 1984. Ambos permanecieron unos años en la calle de La Licorera, adonde Manolo llevaba todos sus libros y revistas, hecho que provocaba más de una discusión entre ellos. Cuando se compraron otra casa en las Balsas para irse a vivir, Manuel conservó el piso de La Licorera para sus cosas, que rápidamente ocuparon todo el espacio habitable… y pasaron a llenar otro piso más en alquiler y parte de la nueva casa. Al siguiente y último piso al que se trasladaron, a comienzos de los años 80, en Las Delicias, Carmen prohibió definitivamente a su hermano llevar un solo libro más.
Manuel Rotellar trabajó en la Algodonera del Ebro tras su paso por Casa Fina, mientras colaboraba con Amanecer y otros periódicos, cobrando muy poco. Nunca le sobró el dinero. Su gran bagaje autodidacta hizo que sin tener apenas estudios, pues se puso a trabajar a los 13 años y sólo fue al colegio en Quinto de Ebro, consiguiera escribir con un rigor y perfección admirables y manejarse con cierta soltura en inglés y francés. Sin embargo él sentia un gran pesar por no haber podido tener una buena formación y estudios superiores, hecho que trataba de compensar siendo aún más perfeccionista si cabe.
Había varios temas sobre los que nunca quiso pronunciarse, uno era la política, no hablaba jamás de la República, ni de la Guerra Civil y nunca contó en público que a su padre le fusilaron. No así sus hermanas, que hablaban abiertamente de su ideología de izquierdas. Otro tema tabú para Manuel era la religión, le gustaba, eso sí, todo lo relacionado con el arte y la arquitectura religiosa, pero nunca contó nada acerca del anticlericalismo de su padre, de quien una leyenda familiar cuenta que vertió un orinal sobre el cura de Quinto al paso de una procesión, hecho que el sacerdote prometió no olvidar.
Rotellar además fue extremadamente celoso de su vida íntima y privada en materia de relaciones sentimentales, a tal punto que su propia familia nunca le conoció pareja, ni supieron nada hasta prácticamente poco tiempo antes de su muerte.
- Articulo original de VICKY CALAVIA publicado en CABIRIA Cuadernos turolenses de cine
- Manuel Rotellar, padre y alcalde de Quinto, en la prensa de 1931
- Blog dedicado a Manuel Rotellar
Documental sobre Manuel Rotellar "Apuntes desde la fila ocho" Realizado por a Vicky Calavia, guión de Javier Estella. |
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